On, Gimu, Giri
El concepto de “deuda” centra las preferencias morales, las
metapreferencias éticas y los códigos jurídicos del Japón antiguo y moderno.
Las deudas más vinculantes son aquellas que se contraen pasivamente, sin culpa,
a cuya cabeza figura la que se debe al Emperador, quien representa de forma no
mediada (sí, ya sé que eso no es concebible, pero…) a la Nación, la Ley, la
Divinidad, la Historia y al Japón en sí: las islas, los volcanes, las libélulas,
las cosechas, el rocío... Le siguen los deberes hacia los padres y los
profesores. También es mucho lo que debemos a los antepasados y, por
derivación, a los descendientes, y algo menos a los parientes en segundo grado
(tíos y sobrinos). Y, desde luego, la moralidad japonesa contempla el deber
hacia tu propio buen nombre (algo muy parecido al sentido del honor presente en
la cultura española tradicional) y hacia tu profesión, deuda ésta que se paga
en excelencia, buen hacer y primor.
Las deudas, digamos, voluntarias (culpables) son mucho menos
importantes, por no ser constitutivas. Las principales son las que se contraen
con el señor feudal (antes de la reforma Meiji) o con tu empresa (esto en el
Japón moderno); con el cónyuge y con su familia directa (padres/suegros,
hermanos/cuñados); y, en general, con todas aquellas personas con las que
interactuamos a lo largo de la vida y de las que consentimos amistad, cariño,
favores, placer…
Estar en deuda (On, en
japonés) supone una situación moralmente comprometida. Las deudas mayores, las
esenciales, no se llegan a satisfacer nunca. Con el Emperador, con tus padres,
tus profesores, tu profesión, tu propio honor… estás en deuda siempre. A todo
lo que te obliga esta deuda se le denomina Gimu
y constituye, por así decir, la columna vertebral de la ética japonesa.
Las deudas menores, las que contraemos con al casarnos, al militar
en un partido o al abrir una cuenta corriente… permiten ser compensadas con
equivalencia matemática, y a este pago se le denomina Giri. Si un cuñado te regala un jamón en la Navidad del 2015, a ti
te corresponde regalarle algo del mismo valor antes de que termine el 2016. Si
un amigo te visita durante una convalecencia, deberás devolverle tú la cortesía
a la menor oportunidad, o tener con él un detalle que lo compense. Además, si
ves que no lo entiende, se lo explicas: “No te traigo este regalo para
obligarte a nada, sino que había contraído un Giri contigo a cuenta de la amable visita que me hiciste cuando
pillé la gripe; con esto quedamos en paz.” Ser así de directos es sumamente
educado en el Japón, porque, de lo contrario, podrías traspasar al otro un On y obligarle a un Giri que no le corresponden, y eso estaría muy feo. En Japón, por
ejemplo, nadie da propinas, justamente por no imponer un Giri incómodo a quien te acaba de prestar un buen servicio.
La satisfacción del Gimu y
del Giri es la fuente de la que emana
la virtud y la dignidad. Si, por alguna circunstancia, alguien se siente
incapaz de cumplir con estos deberes, lo mejor es que se quite de en medio, con
una cuchillada ritual (sepuku/harakiri) o con algún procedimiento menos
exigente, pero igualmente expeditivo. Por eso, una vez que sabemos lo que
tenemos que hacer, hemos de enfrentarnos a ello con total resolución. Llegado
el caso, si el camino del deber implica afrontar peligros radicales, la cultura
japonesa nos pide que actuemos con una determinación ciega e insoslayable,
“como si ya estuvieses muerto.”
Si me he puesto tan estupendo no es porque piense que ustedes
necesiten de todas estas destrezas morales para desenvolverse en la vida, ni
tan siquiera para comer sushi. Este
pequeño breviario de moralidad nipona está pensado para facilitar la plena
comprensión de la trama moral sobre la que se dibujan las novelas gráficas que firma
Jiro Taniguchi, el maestro de todos los maestros de este género literario que,
hoy por hoy, es el que más libros vende en todo el mundo, tal cual se lo digo.
De aquí a nada, Murcia celebrará su Salón del Manga en el Auditorio Víctor
Villegas. Quien no conozca el ambiente, debería darse una vuelta, porque se va
a divertir. Y ya que está allí, haría bien en llevarse a casa un buen manga,
porque lo va a disfrutar. Los de Taniguchi son aptos para todos los públicos,
incluidos alféreces provisionales, heapsters,
juventudes socialistas, Damas de María, letraheridos, huérfanos de ferroviario
e hijos de párroco; porque las novelas de Taniguchi resultan sumamente
inspiradoras, tenuemente emotivas y decididamente elevadas; porque nos ayudan a
comprender dónde está nuestro On, y a
quién debemos Gimu o Giri. Y con eso y una buena espada, ya
valemos para samuráis. ¿Se imaginan?