La Felicidad malograda

El 21 de junio de 1794 las corbetas Descubierta y Atrevida de la Marina Real Española dejaban el puerto de Montevideo y ponían rumbo a Cádiz, donde se daría por concluida una expedición cuyo fin principal, según se lee en el Diario General del Viaje redactado por el comandante don Alejandro Malaspina, “había sido investigar la felicidad de la humanidad”. Nada menos.
     El viaje había dado inicio cinco años antes, en 1789, a los que habrían de sumarse quince meses de preparativos desde que el Plan General de la Expedición fuese aprobado por el ministro de la Marina, el brigadier don Antonio Valdés. Además de ocuparse de la felicidad de la humanidad, la expedición proyectaba estudios sobre hidrografía, urbanismo, mineralogía, botánica, astronomía, zoología, farmacopea asociada a la botánica… El ministro Valdés no escatimó medios y puso a disposición de Malaspina dos corbetas de nueva construcción, más una fragata que serviría como escolta. Se evacuaron consultas a los mejores científicos del momento (Ulloa, Tofiño, Gómez Ortega, Lallande, Spallanzani…) así como a las academias científicas de Londres, París y Turín. El conde de Fernán Núñez y don José Mazarredo fueron comisionados por la Corona para viajar a París y a Londres con el encargo de adquirir los libros, mapas e instrumentos científicos que se entendían necesarios para realizar un viaje de tan vasto alcance; sin escatimar gastos, pues era la felicidad de la humanidad lo que estaba en juego.
     Los oficiales elegidos lo fueron por sus virtudes como marinos y por su excelencia como científicos: Dionisio Alcalá-Galiano, Cayetano Valdés, y Felipe Bauzá, entre otros. También se contó con destacados naturalistas como Luis Née y Tadeo Haenke; y con un equipo de artistas a cuyo frente figuraban José Guío, José del Pozo y Tomás de Suria, hombres todos de ingenio, oficio y ojo crítico más que suficientes como para dejar reflejados con sus pinceles minuciosos los detalles de las especies observadas en las escalas, así como los rasgos y las costumbres de los pueblos aborígenes y de la sociedad criolla que los gobernaba. Contrariamente a lo que era habitual, la expedición partió ligera de clérigos, por seguir la pauta marcada por Jovellanos, quien se preguntaba por el porvenir de una nación “que en vez de geómetras, astrónomos, arquitectos y mineralogistas, no tuviese sino teólogos y jurisconsultos.”
     El equipo funcionó como tal, procurando que las distintas artes y ciencias se fecundaran entre sí, orientadas por el principio metodológico formulado por Diderot en su obra Sobre la interpretación de la Naturaleza, según el cual “La rígida separación con que se han considerado las llamadas artes liberales y las llamadas artes mecánicas, aunque bien fundada, produce efectos muy negativos en el avance de las Luces”; además de por la máxima que invitaba a los hombres ilustrados a “Extender los límites de las zonas iluminadas, así como multiplicar sobre la Tierra los centros de las luces.”
     Malaspina desembarcó en Cádiz convencido del éxito de su empresa y de la calidad de los materiales que traía consigo. Miles de láminas, cálculos, hipótesis, experimentos, propuestas de reformas… todo ello en pro de las Luces, del buen gobierno de las colonias y de la felicidad de la humanidad toda.
Una de las láminas que ilustraba el informe final de Malaspina

     Como primera provisión y recién desembarcado, Malaspina preparó un informe para la Corona que incluía un apartado político confidencial, con observaciones muy críticas acerca de las instituciones coloniales españolas y favorable a la concesión de una amplia autonomía a las colonias americanas y del Pacífico (las Filipinas) dentro de una confederación de estados relacionados mediante el comercio. La felicidad de la humanidad demandaba libertad, comercio, impuestos moderados,  mejoras sociales, abolición de la esclavitud y dosis masivas de Ilustración, medidas y principios todos que se daban de bruces contra el cerrilismo venal de Godoy, un tarugo afrancesado para lo peor, que sospechaba de todo proyecto reformista; de toda persona inteligente, en realidad. Malaspina no contaba con que el espíritu reformista del Almirante Valdés ya no predominaba en el Gobierno de España. Al recibo de su informe, resultó silenciado, detenido y enviado a prisión, y no fue sino por la intervención de Napoleón que logró salir de ella y refugiarse en Italia. De entonces acá somos una Nación grande, sí, pero coja y tuerta por no haber disfrutado a tiempo de una Ilustración homologable a la de las otras naciones europeas. Y la sombra fétida de Godoy se cierne todavía sobre todo aquel que sugiere reformar España por la vía de la libertad, el comercio, el arte, la moderación fiscal, la ciencia y la Ilustración.

Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el 30 de mayo de 2015

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