Las ingles del Reality

     Las noticias más resultonas de los periódicos de hoy, a nada que se depilen un poco las ingles del Reality, se convierten en las novelas o películas de éxito de mañana, merced a una fascinante paradoja: las ficciones narrativas son tanto más sólidas y habitables cuanto en su construcción sólo intervienen materiales verdaderos, sacados las más de las veces de la llamada prensa de referencia, aun cuando la arquitectura general de la obra resulte totalmente ficticia, no sé si me explico. En los USA, por ejemplo, triunfan las llamadas novelas de agencia, que son aquellas en las que un tipo duro se enfrenta a una conspiración trabada entre varias agencias (el Servicio Secreto, la CIA, el FBI) capaces de todo con tal de salvar eso que en España damos en llamar la Razón de Estado. Los novelistas que cultivan este género, David Baldacci, Michael Connelly,  John Grisham procuran que no se les cuele ningún elemento que no sea cierto: los escenarios, los eventos, las armas, los tribunales, los presidentes, las técnicas de combate, la estructura orgánica de las agencias; acto seguido combinan esos elementos de forma totalmente imaginaria, y, por fin, añaden el fermento vivo de un miedo real, contante y sonante (el terrorismo, los rusos, las mafias,) que permite que la mentira se esponje y resulte grata al paladar del público. El temor nos vuelve crédulos y por eso es el ingrediente fundamental de un género al que le pedimos que nos mantenga despiertos en medio de los ronquidos de nuestros parientes.
     Habrá quien piense que vivimos en una sociedad del miedo, y que el Capitalismo, y el Mercado y bla, bla, bla; pero no. El miedo es el principal fermento literario, desde siempre: Homero fundamentaba el éxito de su ciclo épico en el miedo que el Imperio Persa proyectaba sobre la sociedad helena. Los vampiros, mis tan queridos vampiros, entraron de lleno en la historia en la segunda mitad del siglo XVIII, y vinieron a reemplazar a las brujas como objeto de terror colectivo. Por toda Europa se publicaron tratados científicos, informes oficiales y noticias muy bien documentadas relativas a los revinientes" de Hungría, los sacamantecas españoles, los vampiros franceses, ingleses, rumanos, alemanes, macedonios, ucranianos El propio Jean Jacques Rousseau escribe una carta al arzobispo de París, Monseñor de Beaumont, en los siguientes términos: "Si alguna vez en el mundo ha existido una historia garantizada y demostrada es la de los vampiros. No falta nada: informes oficiales, testimonios de personas dignas de crédito, médicos, sacerdotes, jueces...; existen toda clase de pruebas y, sin embargo, algunos que se tienen por filósofos aún consideran que todos estos testimonios no son suficientes para abrir sus mentes a la evidencia de que los vampiros existen.

     No fue hasta el siglo XIX, sin embargo, que los vampiros alcanzaron la gloria literaria; y su éxito se debió a que la superstición y el miedo seguían muy vivos. La Ciencia, la Filosofía y la Prensa dejaron de creer en estos seres demoníacos; pero el pueblo llano seguía pensando que esos monstruos acechaban a sus hijas y por eso escritores de la talla de Goethe, Allan Poe, Teophile Gautier, Alejandro Dumas, M. R. James, o Nicolai Gogol se adelantaron a Bram Stoker y escribieron relatos sobre vampiros; vampiresas, las más de las veces, porque la literatura romántica depiló las ingles del realitiy vampírico con el encanto de la noche, del deseo y de unos amores que traspasaban los siglos, y para eso no hay nada como una mujer de piel blanca y pelo lacio que se entiende con el diablo. Carmilla, la vampiresa deliciosamente lesbiana creada por la imaginación de Joseph Sheridan Le Fanu, se dirige en estos términos a una joven señorita a la que le va a chupar la sangre: Vivo en tu cálida vida, y tú morirás... Morirás, dulcemente morirás en la mía. No puedo evitarlo. Así como yo me acerco a ti, tú te acercarás a otros y, tal vez, ojalá, a otras, y conocerás el éxtasis de esta crueldad, que, sin embargo, es una forma de amor.
     Estremece pensar en un siglo en que la gente disfrutaba del miedo a estas chicas de colmillos afilados; pero imagino la literatura tan borde y tan áspera que vamos a crear mañana con el miedo que nos inspira hoy el terrorismo islámico; porque no concibo el arte que le depile las ingles a esta Reality ni que nos enamore de los piojosos de la Jihad.

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