De la Marisma a las estrellas

Cada vez me fío menos de las películas que no cuentan con un libro (una novela, un cuento, un tebeo…) que responda de su origen. La industria del cine se ha quedado huérfana de guiones originales, y cada día se exhiben más películas cuyo contenido se agota en una consigna, un susto, o un videojuego; mientras los grandes guionistas de la industria de los sueños concentran su talento en series televisivas como Los Soprano, The Wire o True Detective, por citar tres de las más indiscutibles.
Y si escasean los guionistas en Hollywood, aún son más raros los cineastas capaces de concebir, escribir, producir y dirigir una buena película de cabo a rabo: los hermanos Cohen, desde luego; o Tarantino; o lo que queda de Woody Allen; pero son bien pocos, en todo caso. 
Fotograma con el que arranca La Isla Mínima

Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, en España, están en esa línea, y han estrenado La Isla Mínima, una historia soberbia en la que la Marisma gaditana parece vista con los ojos de Dios y las almas de los hombres con la frialdad del entomólogo. Alguna actriz patina hacia lo inverosímil, pero ya se sabe que en España los actores no fundamentan su carrera en sus dotes interpretativas, sino en las cuchipandas de los productores y en las manifestaciones contra la Guerra del Golfo. En todo caso, La Isla Mínima es una muy buena película, y me van a agradecer que se la recomiende.
También se acaba de estrenar la última de los hermanos Nolan, Christopher y Jonathan, que son unos creadores británicos que han conseguido enamorar a la afición a base de rodar películas largas como la Pasión del Señor, donde no sonríe nadie, ni en la pantalla, ni en el patio de butacas, y cuyos protagonistas hacen gala de profundos tormentos interiores sin que nadie se tome la molestia de explicar a cuento de qué tanta amargura. La trilogía que le dedicaron a Batman, por ejemplo, podría proyectarse en el Tanatorio de Nuestro Padre Jesús, sin desdoro alguno para la memoria de los santos difuntos. El colmo del postureo intelectual es pretender que un personaje de tebeo que imparte justicia vestido de murciélago acharolado aparezca en la pantalla como la encarnación de los conflictos éticos del Talmud; pero los hermanos Nolan son inasequibles al sentido del ridículo y nos lo han vuelto a demostrar en su nuevo proyecto: Interestelar, una peli del espacio; pero sin espadas láser, ni monstruitos, ni galácticas en bikini, ni nada de cuanto nos gusta a los aficionados al género.
El protagonista es Matthew McConaughey, un actor cuya cara recuerda a un arenque estrujado en el quicio de la puerta, y da muy bien el tipo a la hora de interpretar las melancolías sin fuste que tanto agradan a los Nolan. Jessica Chastain también luce un carácter lacio, de acelga melancólica, que ni es el suyo, ni por nadie pase. Anne Hathaway se supone que es la chica de la peli, de la que nos hemos de enamorar todos, pero cada vez que abre la boca le amustia la libido al mismísimo King-Kong. Los diálogos son como epitafios en un cementerio mormón, eso en las escenas más amenas; porque, cuando el guión se pone estupendo, dedica horas (literalmente) a debatir si es posible viajar a otra galaxia sin que Einstein se ponga de acuerdo con Dios para devolvernos a la Tierra a tiempo de ser el padrino de nuestro propio bautizo.
       El guión, en efecto, hace gala de contar con el asesoramiento de un físico teórico de prestigio, el profesor Kip Thorne, gracias a lo cual una película simplemente boba alcanza la categoría de engrudo patafísico, sin que logre elevar en ningún momento su vuelo filosófico por encima de aquello de los cuatro angelitos tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan. La película, en suma, aburre a las ovejas, y lo que es peor: no se entiende ni en el todo ni en las partes. Los críticos andan diciendo que ¡oh!, que ¡ah!, y que tal y que cuál, pero créanme: yo he leído con bastante provecho a Aristóteles, a Kant, al propio Einstein y a otros peores; así que, si no lo entiendo yo, es que no hay nada que entender. El rey está desnudo, o sea. No vayan a verla, y me deben una; dos, con la de las Marismas.


Artículo publicado en el diario La Opinión, de Murcia, el 15 de noviembre de 2014

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