La vida demorada (Kavafis II)

     En la entrada anterior aludíamos a esa poesía en que Kavafis cantaba una sexualidad arrojada y turbia, de chaperos hermosos, evocaciones clásicas y sábanas sucias; y también y sobre todo, a un proyecto poético que entresacaba la anécdota de la Historia y la elevaba a la categoría de la Filosofía, a la manera que proponía la Poética de Aristóteles.
Pero hay unos cuantos poemas, no muchos, en los que Kavafis va un paso más allá y su verso levanta un edificio ético en torno a los viejos mitos griegos. Sin duda, estas (contadas) poesías constituyen lo mejor del legado del poeta alejandrino. Voy a traerles aquí un par de ellas, que no requieren mayores comentarios. 
     En El dios abandona a Antonio Kavafis reinterpreta un tema de Plutarco que ya mereció la atención (recta y divina) de Shakespeare. Se trata de un mito sabio, lírico y lleno de fibra moral que narra el momento histórico en que Marco Antonio conoce el resultado de la batalla de Accio, un acontecimiento, un kairós, que retorna una y otra vez en la poética de Kavafis, como si lo considerara fundacional de su alma, o de Occidente entero, o simple expresión de la añoranza contrafáctica de un todopoderoso Imperio Romano humillado por la voluptuosa Cleopatra VII. Aquella noche, dice el mito, se pudo escuchar por toda Alejandría el ruido alegre, cruel e inequívoco del séquito del dios tutelar de Marco Antonio, el fuerte artífice Hércules, el Hijo de Júpiter Tonante, que volvía a sus divinas fraguas y abandonaba a su suerte al romano al que antes protegía por sobre todos los hombres. Kavafis se dirige en estos términos al derrotado Marco Antonio, y a todos nosotros que, siempre muy pronto, escucharemos la misma melodía que anuncia la partida de los dioses que nos han amado, y quizás en este poema aprendamos a disfrutar de esa música de la derrota:

                           El dios abandona a Antonio

             Cuando de pronto a media noche oigas
          pasar una invisible compañía
          (con admirables músicas y voces),
          no lamentes tu suerte, tus obras
          fracasadas, las ilusiones
          de una vida que llorarías en vano.
             Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
          saluda, saluda a Alejandría que se aleja.
          Y, sobre todo, no te engañes, nunca digas
          que fue un sueño, que tus oídos te confunden:
          no desciendas a las vanas esperanzas.
             Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
          como quien ha sido digno de tal ciudad,
          acércate a la ventana con firmeza,
          escucha con emoción, mas nunca
          con lamentos y quejas de cobarde,
          goza por vez final los sones
          la música exquisita de esa tropa divina,
          y despide, despide a esa Alejandría que ahora pierdes.

El Retorno de Odiseo, del Pinturricchio. National Gallery, Londres

     El segundo poema que quiero presentarles, Ítaca, es el más conocido de todos los que escribiera Kavafis. Desde el punto de vista de la Retórica tradicional, se trata de una alegoría, esto es, la sucesión encadenada de una serie metafórica con un fin edificante. En términos generales, las alegorías me parecen la quintaesencia de lo pedorro, y no soporto nada ni a nadie con vocación edificante. Edificantes son los guiones cinematográficos que escribía don Francisco Franco, las homilías (y hasta las sotanas) del empalagoso Papa Francisco, la gala de los Goyas, la UNESCO entera y cualquier normativa emanada de una Consejería de Educación.
   Nada más lejos, sin embargo, de lo que aquí logra Kavafis. Ítaca es una expresión evocadora, inspirada y completa de un ideal de vida elevada y basta leerlo una sola vez para que te acompañe a lo largo de toda una existencia, que ya no concibes sino como sabiamente demorada. Feliz (alegre, perfumado, voluptuoso, demorado...) verano a todos mis lectores.

                          Ítaca

              Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
           pide que tu camino sea largo,
           rico en experiencias, en conocimiento.
           No temas a los Lestrigones,
           ni a los Cíclopes, ni al airado Poseidón.
           No hallarás tales seres en tu ruta
           si tu pensamiento es elevado y limpios
           tu cuerpo y las emociones de tu espíritu.
              Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes,
           ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
           si no los llevas dentro de tu alma,
           si no es tu alma quien los crea para ti.
              Pide que tu camino sea largo;
           que numerosas sean las mañanas de verano
           en que con placer, con alegría,
           arribes a bahías nunca vistas;
           detente en los mercados de Fenicia
           y adquiere hermosas mercancías:
           madreperla y coral, y ámbar y ébano,
           perfumes deliciosos y diversos,
           cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes.
              Visita muchas ciudades en Egipto
           y devora las lecciones de sus sabios.
           Ten siempre a Ítaca en la memoria.
           Llegar allí es tu meta.
              Mas no apresures el viaje.
           Mejor que se extienda largos años,
           y en tu vejez arribes a la isla
           con cuanto hayas ganado en el camino,
           sin esperar que Ítaca te enriquezca.
             Ítaca te regaló un hermoso viaje.
          Sin ella el camino no hubieras emprendido.
          Mas ninguna otra cosa puede darte.
          Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
             Has vuelto rico en saber y en vida,
          y comprendes ya qué significan las Ítacas.

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